Extrañame en tu Vereda Gris
La extrañaba tanto como la primera vez que la acompañó a su casa, dejándola en su puerta: parada con las manos pegadas a las piernas y mirándolo fijamente, y el se alejaba por la vereda gris, volteando de vez en cuando para ver si ella se había movido. Pero no, no era así, ella aun lo observaba, callada como hace unos segundos. Y al perderse entre las calles de veredas grises, la extrañaba, la extrañaba tanto como la extraña ahora.