He Viajado Tanto, que Ahora Entiendo

Hoy entiendo por qué las hojas de ese árbol viejo en el jardín se vuelven hacía mí después de haber partido. Las vi lejanas cayendo y alejándose cada vez más, impulsadas por heladas brisas de invierno; bailando sobre una ciudad sin color y sin alma. Sin fin.

La ansiedad por algo persigue a la inquieta duda. Las hojas quieren responder, tienen todo a la punta de una lengua mortal. Basta, no quiero ver ni oír. Sólo recuerdo hoy a ojos cerrados aquella plaza iluminada por un amarillento farol, rodeada de calles estiradas y rotas, el olor a cigarro humedecido por la llovizna que empapa mi rostro al caminar despejado de alegrías.

Entonces, todo se tornó rojo. Un infierno sin llamas, sólo rojo. Lanzo mis puños al aire y se ven lentos, despacio sientes mejor me dicen. Rico se ha sentido estar en ese pequeño infierno atado a cuatro paredes. Se escuchan cantos melancólicos de épocas a blanco y negro. Y así, desde un corazón que late muy fuerte, se sienten besos y caricias que desbordan la única razón que tenemos por vivir: “amar”. Ama grita; rojo y latente, canta dulce, sus ojos brillan como estrellas que van y vienen sin encontrar lugar.

- ¿Te has perdido? Pregunto viendo sus ojos.
- No me observes, sólo calla y escucha. Respondió

El silencio llena el espacio que se empieza a reducir entre los dos. Ella ha despegado y la veo volar, triste y con los brazos abiertos tratando de abrazar las nubes de colores que se ocultan tras su piel. Se aleja hasta perderla de vista, abro los ojos y aún siento el sabor de esos labios indecisos que siempre quisieron decir demasiado, y nadie supo escuchar.

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